Cuentos y hazañas
del incomparable Birbal
De acuerdo con Clifford
Sawhney (2008), el emperador Akbar, gobernante del Hindustán, “seleccionó a sus
ministros entre las personas más sabias y cualificadas que pudo hallar tanto en
el interior como en el exterior de su reino” (p.7) y, entre estos, se destacó
Birbal, hombre de origen humilde perteneciente a la casta de los brahmanes,
quien llegó a ser el favorito del pueblo.
Birbal fue conocido por
su inteligencia, generosidad y sentido de la justicia y el juego limpio (op.
cit., p. 8), por lo que se ganó el apreció del emperador, quien valoraba
sobremanera su sagacidad, sabiduría y fino humor.
De estos comentarios,
bien puede deducirse que Birbal fue un hombre que, en cuestión de pensamiento,
se destacó por la agudeza con la que
sopesaba las situaciones en las que se le pedía que tomara una decisión, pues,
para ello, no solo hacía uso de los conocimientos adquiridos en escritos, sino
que tomaba como base el propio sentido común.
Por ejemplo, siendo muy
joven, en una ocasión en la que el Emperador llegó hasta la aldea en la que él
vivía buscando artistas que elaborarán en un cuadro una copia fiel de su
imagen, y estando ya cansado de ver tantos cuadros que no lo representaban
fielmente, Birbal (llamado Mahesh Das), siendo un muchacho “sacó un objeto
ovalado que entregó rápidamente al Emperador. Akbar lo alzó y de inmediato se
quedó perplejo. Estuvo mirando el retrato durante unos segundos y acto seguido
soltó una carcajada” (op. cit., p. 12), pues el objeto que le había dado el
joven era tan solo un espejo.
Obviamente, su
perspicacia le granjeó el favor del rey, quien reconoció que, si bien no se
trataba de un cuadro, ese muchacho le había dado lo que buscaba: una copia fiel
de su imagen, algo que solo podría encontrar en el propio reflejo. Acto
seguido, el rey, le ofreció al chico su anillo real para que cuando alcanzara
una edad conveniente lo visitara en el palacio. Y es allí cuando comienza la
historia de este intrépido personaje.
Otro ejemplo
sobresaliente, de la manera de pensar de Birbal, puede notarse en la siguiente
anécdota en las que su reconocido discernimiento fue el protagonista:
Siendo Birbal el más
destacado ministro del rey, era común que ante él comparecieran aquellos
súbditos que requerían su ayuda para dar una solución adecuada a sus disputas,
entre estas ocasiones, se cuenta la vez que tuvo que enfrentarse a un problema excepcional “habían venido dos
hombres y cada uno afirmaba que el otro era su sirviente” (op. cit., 48).
Resultó ser un caso difícil, pues Birbal no fue capaz de dilucidar cuál de los
dos decía la verdad. Luego, tras pensárselo detenidamente, Birbal mandó llamar
a uno de los verdugos y señaló a ambos hombres que debían acostarse en el suelo
(boca abajo, sin que pudieran ver ni a Birbal ni al verdugo). Tras un
angustioso tiempo de silencio, Birbal gritó “-¡Ése es el impostor! ¡Decapítalo
ya!” y “súbitamente uno de los dos hombres que estaban en el suelo se levantó
de un salto, presa del pánico” (op. cit., 49), obviamente, el hombre que se
exaltó, era el que mentía. Así, de una manera salomónica, Birbal daba solución
a tan espinoso caso.
De esta anécdota,
completamente salomónica, se puede concluir que Birbal, en cuestión de
pensamiento, no era un hombre que se basara en supuestos, sino que era de los
que necesitaban obtener la verdad de una manera transparente, es decir, no se
trataba de un charlatán. Resulta prominente ver como este personaje se
aprovechó del estado de incertidumbre en el que sumió a ambos hombres para,
aprovechándose de reacciones humanas como el miedo, obtener la solución, una
viva muestra de su conocimiento de la forma de comportarse, ante el peligro,
que tienen las personas.
Ahora bien, hablando de
Birbal, pero desde una concepción emocional puede decirse que era un hombre que
sabía conservar la calma en los momentos difíciles y que además mostraba un
gran sentido de compasión ante las injusticias que sufrían sus semejantes.
Ejemplo de ello, los siguientes relatos:
“Birbal siempre estaba
contento y feliz, incluso cuando las cosas iban mal. Si había algún problema,
decía: -Todo ocurre para bien” (p. 20).
Resulta que en cierta
ocasión el rey se hizo un corte en un dedo, y al escuchar que Birbal le decía
que todo ocurría por un bien, se molestó al punto que lo mandó encerrar.
A los pocos días, el rey
salió de cacería, pero así andando se perdió del grupo y fue a parar en los
dominios de una tribu de salvajes que enseguida decidieron sacrificarlo al dios
de la lluvia. Sin embargo, luego de lavarlo y prepararlo para el sacrificio
notaron que estaba herido, y por no incurrir en una ofensa a su dios al
ofrecerle un hombre en esas condiciones y en su disfavor, decidieron dejarlo en
libertad nuevamente. Es decir, el rey se salvó gracias a ese accidente que
había tenido anteriormente, todo ocurría para un bien, como decía su amigo
Birbal.
Al llegar al palacio, el
rey fue a buscar a Birbal en su encierro y lo encontró allí tranquilo, sin
reclamos, sin muestras de estar ofendido, “[Birbal] se limitó a sonreír
haciendo una reverencia delante de Akbar, pero éste seguía estando intrigado”
(op. cit., p. 23).
Al inquirir el rey sobre
el porqué de sus gestos de ecuanimidad, después de haber sido tratado de una
manera tan injusta, Birbal respondió: “si no me hubierais hecho encerrar, os
habría acompañado a la partida de caza. Entonces los salvajes me habrían
matado, pues yo no estaba herido” (op. cit., p. 22).
Sin duda, esta
experiencia muestra como, en cuestión de emociones, Birbal no era dado a las
exaltaciones, ni a la negatividad, exageradas, sino que era un hombre que sabía
controlar y medir lo que le ocurría, aunque estuviese en estados tan lastimeros
como el encierro injusto en una prisión.
Ahora bien, hablando
nuevamente de las emociones de Birbal, pero ahora en lo que corresponde a la
compasión que sentía por los afligidos, bien puede citarse la siguiente
anécdota:
El Emperador solía ir con
frecuencia a cazar. En una de esas oportunidades, vio como una indígena
embarazada daba a luz en la jungla, sin ningún tipo de ayuda. Ante tal visión,
Akbar, consideró que las mujeres de su harén debían hacer lo mismo, y no con el
apoyo de tantos ayudantes como solían hacerlo, así que “ordenó que en adelante
todas las mujeres de su harén darían a luz de modo natural. Por tanto, no
recibirían ninguna asistencia” (op. cit., 116).
Al oír esto, las mujeres
se llenaron de temor, pues muchas podían morir en el parto. Por ello,
decidieron hablar con Birbal, quien les dijo que él se encargaría de eso.
Al poco tiempo sucedió
que el rey empezó a notar que en los jardines del palacio los rosales y los
árboles se habían secado. Esto lo puso furioso e hizo llamar al jardinero, y
éste, y Birbal se presentaron ante Akbar, y tras escuchar los reclamos del
emperador, Birbal respondió: “En la selva, nadie riega ni cuida las plantas ni
los árboles, pero siguen vivas, ¿no? Entonces, ¿por qué mimar a los rosales del
jardín?” (op. cit., p. 117).
Ante tal respuesta, Akbar
se dio cuenta de lo insensata que había sido su decisión para con las mujeres
de su harén, de esta manera, Birbal ayudó a resolver el problema que tenían
desde ese decreto las begums.
Ahora bien, volviendo al
caso de Birbal y de su modo de sentir para con las personas necesitadas, este
ejemplo bien puede mostrar que no era un hombre egoísta, sino que se trataba de
una persona que generosamente se preocupaba por ayudar a las personas
utilizando su ingenio.
Por otro lado, y para
finalizar esta parte del taller, queda por describir a Birbal en el ámbito de
la acción, y para ello, el siguiente relato resulta pertinente:
Aconteció que el barbero
del reino, hombre que guardaba gran animosidad contra Birbal, en una ocasión,
con la finalidad de causar la muerte al ministro más preciado, dijo al
emperador que, mediante un sueño, su difunto padre le había dicho que en el
cielo se sentía muy aburrido, y le insinuó que necesitaba la compañía de un
hombre sabio (como Birbal) para que le hiciera su estadía más halagüeña.
Obviamente, el rey sintió pesar, por un lado, su padre deseaba buena compañía,
y por otro, él no concebía un mejor partido que Birbal para que cumpliera esa
labor, aunque esto le costaría deshacerse de uno de sus súbditos más valorados.
Así que en cuanto estuvo
con Birbal le dijo: “Mi difunto padre me ha enviado un mensaje a través del
sueño del barbero”, y continuó explicado: “dice que echa a faltar a un hombre
sabio como tú en el Paraíso” y mirando fijamente a los ojos a Birbal preguntó: “¿No
te importaría ir al Paraíso?” (op. cit., p. 24).
Obviamente, Birbal se dio
cuenta de la trampa que le había tendido el barbero, pero en lugar de
reaccionar de manera paranoica presa del terror, ideó un plan con la finalidad
de salir ileso de aquel embeleco.
“Birbal abandonó la Corte
a todo correr [tras pedir un plazo al Emperador], se fue a su casa y cavó
delante de ella un profundo agujero”, cavó su tumba, pero en ésta hizo un túnel que conducía hasta
su dormitorio (op. cit., p. 24).
Luego de eso, pidió al
emperador que lo enterrarán vivo en aquel sepulcro que había hecho, y así
cumplir con la misión que le había encargado. Acto seguido fue enterrado y sin
que los demás lo notaran, Birbal se deslizó por el túnel hasta su habitación y
permaneció allí un buen tiempo, el suficiente para ponerse barbudo.
Después, se presentó en
el palacio y, ante el asombro del emperador, le comentó que había regresado del
Paraíso, donde su padre se lamentaba por no contar con un buen barbero.
Como puede notarse,
Birbal no era un hombre que se dejaba amilanar por las trampas que sus
adversarios le tendían, antes bien, pensaba en planes que llevándolos a la
marcha le permitían salir de ellas ileso.
En vista de todo lo antes
descrito, y como conclusión, se afirma que Birbal, en cuanto a pensamiento,
emoción y acción, era un hombre perspicaz, que sabía mantener la calma, que se
preocupaba por el bienestar de los que padecían y que era de armas tomar
cuando se trataba de ejecutar acciones
que salvaguardaran su vida y que sirvieran para dar un justo castigo a los
malhechores.
Por otra parte,
comparando a este personaje con el Tío
Conejo de los cuentos compilados por Antonio Arráiz, bien pueden
encontrarse, entre estos, grandes similitudes, entre las que sobresalen la
audacia y esa cualidad que permite que estén por encima de toda moral (sin ser
buenos ni malos), que los torna difíciles de definir, pero que los ubica dentro
de una tradición oral propia de países tan distantes como los del Norte de África,
Centro, Norte y Sudamérica y los países
europeos con costa mediterránea.
REFERENCIAS
Sawhney, C. (2008). Cuentos y hazañas del incomparable Birbal. Barcelona, España: Ediciones Obelisco.
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