Literatura y Arte de la India: El nacimiento de Krishna en el Mahabharata

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¡Que lo disfruten!

martes, 12 de febrero de 2013

El nacimiento de Krishna en el Mahabharata


Redactado por Luisa Bermúdez:


Nacimiento de Krishna, relatado por Bhisma en el poema épico Mahabharata:


Vishnú, considerando que el Mal se había extendido demasiado sobre la Tierra, arrancó de su cuerpo dos pelos, uno negro y uno blanco, y los tiró al espacio. El negro se posó sobre Devaki, la hija de Devaka y primera esposa de Vasudeva. Devaki sería la madre terrena de Krishna y Rohini la de Balarama, el hermano mayor de Krishna.

Vasudeva, de la familia de los Yadava, una de las dos ramas de la dinastía lunar, era un ministro del rey Ugrasema, en el país de Mathura que es regado del río Yamuna. El hijo mayor de Ugrasema, Kamsa, se había casado con la hija del rey Jarasandha. Kamsa, animado por el intrigante Jarasandha, desposeyó a su padre del trono real, lo encarceló y se hizo coronar rey de Mathura, en lugar de su padre.

Vasudeva, pensando en el bien del reino, se quedó junto a Kamsa en calidad de consejero. Muy satisfecho por sus servicios, Kamsa lo casó con Devaki, la hija de Devaka, un hermano del rey depuesto. En la boda de Vasudeva, Kamsa quiso llevar él mismo a los novios en su carro a su nueva morada. Por el camino, los jóvenes esposos y Kamsa oyeron una voz que parecía venir de los cielos:

¡Kamsa! El octavo hijo de la mujer a quien conduces en este momento causará tu ruina.

Al oír estas palabras, Kamsa sacó la espada, agarró a Devaki de los cabellos y se preparó para matarla; pero Vasudeva, sin perder la calma, sonrió y opuso al arma desnuda la sutilidad de la palabra:


¡Tú eres, oh amo, un señor de la tierra! Todas las reglas de la Virtud prohíben matar a una mujer.

¿Cómo un rey tan poderoso como tú podría cometer un asesinato sobre una criatura tan débil?

Más vale suprimir a su octavo hijo; ése es el medio más seguro para evitar cualquier daño futuro.

Por un instante, el rey vaciló, pero volvió a guardar la espada en su vaina. Regresó al palacio de Mathura y encerró a Vasudeva y a Devaki en un ala de su residencia.

Devaki dio a luz a varios hijos. Pero Kamsa, por miedo a que se le escapara el octavo, los mataba a todos. En cuanto nacía el bebé, Kamsa deshacía de él. Cuando Devaki esperaba a su octavo hijo, al que había anunciado la voz celestial, Kamsa tomó las más estrictas medidas de vigilancia.
El niño divino nació un verano, a medianoche. En el momento en que este nuevo Salvador vino al mundo, la mar, dichosa, hinchó sus olas espumeantes y las montañas de granito temblaron; de las cenizas las llamas se elevaron.

Dulces céfiros perfumaron el aire, la Tierra detuvo largamente su curso, multitudes de estrellas relucieron más luminosas en el cielo.

Se presentaron los dioses, uno tras otro, adoraron al niño divino y le ofrecieron flores. Las ninfas, los seres de las nubes y todos los músicos celestes danzaron y cantaron.

Y bajaron a la Tierra los más grandes sabios, impacientes por rendir homenaje al que acaba de nacer.

El mismo Indre, de mil ojos, llegó a adorar al Salvador; luego dijo al gran Narada y a los dioses reunidos:

"Habéis cumplido al venir aquí vuestro deber para bien del mundo; ahora podéis volver, satisfechos, a los cielos".

Ahora había que salvar al recién nacido a toda costa y sacarlo sin tardanza del palacio de Kamsa. Nadie había reaccionado todavía, pues el niño celestial había dormido a los soldados de guardia y no había ningún grito. Vasudeva, su padre terreno, se deslizó fuera del palacio, estrechando entre sus brazos al pequeño Krishna. Era de noche. Había estallado una tormenta. Bajo el aguacero, Vasudeva, protegiendo a Krishna lo mejor que podía, logró llegar a la orilla del río Yamuna, que estaba crecido. No había ni barquero. Allí estaba Vasudeva, angustiado, cuando de pronto el río se retiró y dejó un paso en seco; él se metió por allí sin vacilar.

En la orilla opuesta se divisaba en la sombra Gokul, una aldea de pastores, con chozas bajas en donde se había escondido ya Balarama, el hijo de Robini, que también se había salvado antes mediante un ardid de su padre.

Vasudeva entró en la casa del jefe de la aldea. Nanda, cuya mujer acababa de dar a luz una niña. En la choza todos dormían. Vasudeva puso a Krishna en el lugar de la hija de Nanda y regresó con esta a Mathura. Entró discretamente en el palacio y acostó a la niña junto a Devaki.

Al día siguiente, Kamsa se presentó para repetir su siniestro crimen. Pero, en el momento en que el rey agarraba a la niña, ésta se le escapó de las manos, tomó la forma de un ser celestial, y, antes de salir volando por la ventana, advirtió al tirano:
El que socorrerá al mundo vive no lejos de aquí. No escaparás de él, oh Kamsa.

El rey se asustó, pues no sabía dónde se ocultaba el niño divino. Entonces mandó llamar a Pútaná, una bruja conocida por sus maleficios, y le ordenó envenenar a todos los niños de pecho nacidos el mismo mes que Krishna. Pútaná se puso manos a la obra inmediatamente. Haciéndose pasar por nodriza, vagaba de casa en casa y ofrecía el pecho a todos los recién nacidos; el niño bebía la leche envenenada y moría ese mismo día.

Sin embargo, Krishna permanecía a salvo en Gokul. Su madre adoptiva, Yashoda, no sospechaba nada. Pero Krishna manifestó pronto su origen divino. Un día, en el campo, Yashoda le había dejado solo un momento, a la sombra, bajo un carro cargado de vasijas de barro cocido; Krishna tocó con la punta de un dedo del pie una de las dos ruedas del vehículo; el pesado carro se volcó y todas las vasijas se rompieron. Los campesinos de la aldea se llenaron de asombro.

Algunos días después, Pútaná llegó a Gokul y tomó a Krishna en brazos con el pretexto de amamantarlo. Pero cuando chupó la leche de aquella horrible criatura, el niño divino no murió, por el contrario, fue él quien provocó la muerte de la bruja.


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