viernes, 1 de febrero de 2013

Cuentos de la India


Autor: Jairo Cevallos




Cuentos y hazañas del incomparable Birbal


     De acuerdo con Clifford Sawhney (2008), el emperador Akbar, gobernante del Hindustán, “seleccionó a sus ministros entre las personas más sabias y cualificadas que pudo hallar tanto en el interior como en el exterior de su reino” (p.7) y, entre estos, se destacó Birbal, hombre de origen humilde perteneciente a la casta de los brahmanes, quien llegó a ser el favorito del pueblo.
     Birbal fue conocido por su inteligencia, generosidad y sentido de la justicia y el juego limpio (op. cit., p. 8), por lo que se ganó el apreció del emperador, quien valoraba sobremanera su sagacidad, sabiduría y fino humor.
     De estos comentarios, bien puede deducirse que Birbal fue un hombre que, en cuestión de pensamiento, se destacó  por la agudeza con la que sopesaba las situaciones en las que se le pedía que tomara una decisión, pues, para ello, no solo hacía uso de los conocimientos adquiridos en escritos, sino que tomaba como base el propio sentido común.
     Por ejemplo, siendo muy joven, en una ocasión en la que el Emperador llegó hasta la aldea en la que él vivía buscando artistas que elaborarán en un cuadro una copia fiel de su imagen, y estando ya cansado de ver tantos cuadros que no lo representaban fielmente, Birbal (llamado Mahesh Das), siendo un muchacho “sacó un objeto ovalado que entregó rápidamente al Emperador. Akbar lo alzó y de inmediato se quedó perplejo. Estuvo mirando el retrato durante unos segundos y acto seguido soltó una carcajada” (op. cit., p. 12), pues el objeto que le había dado el joven era tan solo un espejo.
     Obviamente, su perspicacia le granjeó el favor del rey, quien reconoció que, si bien no se trataba de un cuadro, ese muchacho le había dado lo que buscaba: una copia fiel de su imagen, algo que solo podría encontrar en el propio reflejo. Acto seguido, el rey, le ofreció al chico su anillo real para que cuando alcanzara una edad conveniente lo visitara en el palacio. Y es allí cuando comienza la historia de este intrépido personaje.
     Otro ejemplo sobresaliente, de la manera de pensar de Birbal, puede notarse en la siguiente anécdota en las que su reconocido discernimiento fue el protagonista:
     Siendo Birbal el más destacado ministro del rey, era común que ante él comparecieran aquellos súbditos que requerían su ayuda para dar una solución adecuada a sus disputas, entre estas ocasiones, se cuenta la vez que tuvo que enfrentarse  a un problema excepcional “habían venido dos hombres y cada uno afirmaba que el otro era su sirviente” (op. cit., 48). Resultó ser un caso difícil, pues Birbal no fue capaz de dilucidar cuál de los dos decía la verdad. Luego, tras pensárselo detenidamente, Birbal mandó llamar a uno de los verdugos y señaló a ambos hombres que debían acostarse en el suelo (boca abajo, sin que pudieran ver ni a Birbal ni al verdugo). Tras un angustioso tiempo de silencio, Birbal gritó “-¡Ése es el impostor! ¡Decapítalo ya!” y “súbitamente uno de los dos hombres que estaban en el suelo se levantó de un salto, presa del pánico” (op. cit., 49), obviamente, el hombre que se exaltó, era el que mentía. Así, de una manera salomónica, Birbal daba solución a tan espinoso caso.
     De esta anécdota, completamente salomónica, se puede concluir que Birbal, en cuestión de pensamiento, no era un hombre que se basara en supuestos, sino que era de los que necesitaban obtener la verdad de una manera transparente, es decir, no se trataba de un charlatán. Resulta prominente ver como este personaje se aprovechó del estado de incertidumbre en el que sumió a ambos hombres para, aprovechándose de reacciones humanas como el miedo, obtener la solución, una viva muestra de su conocimiento de la forma de comportarse, ante el peligro, que tienen las personas.
     Ahora bien, hablando de Birbal, pero desde una concepción emocional puede decirse que era un hombre que sabía conservar la calma en los momentos difíciles y que además mostraba un gran sentido de compasión ante las injusticias que sufrían sus semejantes. Ejemplo de ello, los siguientes relatos:
     “Birbal siempre estaba contento y feliz, incluso cuando las cosas iban mal. Si había algún problema, decía: -Todo ocurre para bien” (p. 20).
     Resulta que en cierta ocasión el rey se hizo un corte en un dedo, y al escuchar que Birbal le decía que todo ocurría por un bien, se molestó al punto que lo mandó encerrar.
      A los pocos días, el rey salió de cacería, pero así andando se perdió del grupo y fue a parar en los dominios de una tribu de salvajes que enseguida decidieron sacrificarlo al dios de la lluvia. Sin embargo, luego de lavarlo y prepararlo para el sacrificio notaron que estaba herido, y por no incurrir en una ofensa a su dios al ofrecerle un hombre en esas condiciones y en su disfavor, decidieron dejarlo en libertad nuevamente. Es decir, el rey se salvó gracias a ese accidente que había tenido anteriormente, todo ocurría para un bien, como decía su amigo Birbal.
     Al llegar al palacio, el rey fue a buscar a Birbal en su encierro y lo encontró allí tranquilo, sin reclamos, sin muestras de estar ofendido, “[Birbal] se limitó a sonreír haciendo una reverencia delante de Akbar, pero éste seguía estando intrigado” (op. cit., p. 23).
    Al inquirir el rey sobre el porqué de sus gestos de ecuanimidad, después de haber sido tratado de una manera tan injusta, Birbal respondió: “si no me hubierais hecho encerrar, os habría acompañado a la partida de caza. Entonces los salvajes me habrían matado, pues yo no estaba herido” (op. cit., p. 22).
     Sin duda, esta experiencia muestra como, en cuestión de emociones, Birbal no era dado a las exaltaciones, ni a la negatividad, exageradas, sino que era un hombre que sabía controlar y medir lo que le ocurría, aunque estuviese en estados tan lastimeros como el encierro injusto en una prisión.
     Ahora bien, hablando nuevamente de las emociones de Birbal, pero ahora en lo que corresponde a la compasión que sentía por los afligidos, bien puede citarse la siguiente anécdota:
     El Emperador solía ir con frecuencia a cazar. En una de esas oportunidades, vio como una indígena embarazada daba a luz en la jungla, sin ningún tipo de ayuda. Ante tal visión, Akbar, consideró que las mujeres de su harén debían hacer lo mismo, y no con el apoyo de tantos ayudantes como solían hacerlo, así que “ordenó que en adelante todas las mujeres de su harén darían a luz de modo natural. Por tanto, no recibirían ninguna asistencia” (op. cit., 116).
     Al oír esto, las mujeres se llenaron de temor, pues muchas podían morir en el parto. Por ello, decidieron hablar con Birbal, quien les dijo que él se encargaría de eso.
     Al poco tiempo sucedió que el rey empezó a notar que en los jardines del palacio los rosales y los árboles se habían secado. Esto lo puso furioso e hizo llamar al jardinero, y éste, y Birbal se presentaron ante Akbar, y tras escuchar los reclamos del emperador, Birbal respondió: “En la selva, nadie riega ni cuida las plantas ni los árboles, pero siguen vivas, ¿no? Entonces, ¿por qué mimar a los rosales del jardín?” (op. cit., p. 117).
     Ante tal respuesta, Akbar se dio cuenta de lo insensata que había sido su decisión para con las mujeres de su harén, de esta manera, Birbal ayudó a resolver el problema que tenían desde ese decreto las begums.
     Ahora bien, volviendo al caso de Birbal y de su modo de sentir para con las personas necesitadas, este ejemplo bien puede mostrar que no era un hombre egoísta, sino que se trataba de una persona que generosamente se preocupaba por ayudar a las personas utilizando su ingenio.
     Por otro lado, y para finalizar esta parte del taller, queda por describir a Birbal en el ámbito de la acción, y para ello, el siguiente relato resulta pertinente:
     Aconteció que el barbero del reino, hombre que guardaba gran animosidad contra Birbal, en una ocasión, con la finalidad de causar la muerte al ministro más preciado, dijo al emperador que, mediante un sueño, su difunto padre le había dicho que en el cielo se sentía muy aburrido, y le insinuó que necesitaba la compañía de un hombre sabio (como Birbal) para que le hiciera su estadía más halagüeña. Obviamente, el rey sintió pesar, por un lado, su padre deseaba buena compañía, y por otro, él no concebía un mejor partido que Birbal para que cumpliera esa labor, aunque esto le costaría deshacerse de uno de sus súbditos más valorados.
     Así que en cuanto estuvo con Birbal le dijo: “Mi difunto padre me ha enviado un mensaje a través del sueño del barbero”, y continuó explicado: “dice que echa a faltar a un hombre sabio como tú en el Paraíso” y mirando fijamente a los ojos a Birbal preguntó: “¿No te importaría ir al Paraíso?” (op. cit., p. 24).
     Obviamente, Birbal se dio cuenta de la trampa que le había tendido el barbero, pero en lugar de reaccionar de manera paranoica presa del terror, ideó un plan con la finalidad de salir ileso de aquel embeleco.
     “Birbal abandonó la Corte a todo correr [tras pedir un plazo al Emperador], se fue a su casa y cavó delante de ella un profundo agujero”, cavó su tumba,  pero en ésta hizo un túnel que conducía hasta su dormitorio (op. cit., p. 24).
     Luego de eso, pidió al emperador que lo enterrarán vivo en aquel sepulcro que había hecho, y así cumplir con la misión que le había encargado. Acto seguido fue enterrado y sin que los demás lo notaran, Birbal se deslizó por el túnel hasta su habitación y permaneció allí un buen tiempo, el suficiente para ponerse barbudo.
     Después, se presentó en el palacio y, ante el asombro del emperador, le comentó que había regresado del Paraíso, donde su padre se lamentaba por no contar con un buen barbero.
     Como puede notarse, Birbal no era un hombre que se dejaba amilanar por las trampas que sus adversarios le tendían, antes bien, pensaba en planes que llevándolos a la marcha le permitían salir de ellas ileso.
     En vista de todo lo antes descrito, y como conclusión, se afirma que Birbal, en cuanto a pensamiento, emoción y acción, era un hombre perspicaz, que sabía mantener la calma, que se preocupaba por el bienestar de los que padecían y que era de armas tomar cuando  se trataba de ejecutar acciones que salvaguardaran su vida y que sirvieran para dar un justo castigo a los malhechores.
     Por otra parte, comparando a este personaje con el Tío Conejo de los cuentos compilados por Antonio Arráiz, bien pueden encontrarse, entre estos, grandes similitudes, entre las que sobresalen la audacia y esa cualidad que permite que estén por encima de toda moral (sin ser buenos ni malos), que los torna difíciles de definir, pero que los ubica dentro de una tradición oral propia de países tan distantes como los del Norte de África, Centro, Norte  y Sudamérica y los países europeos con costa mediterránea.


 



REFERENCIAS


Sawhney, C. (2008). Cuentos y hazañas del incomparable Birbal. Barcelona, España: Ediciones Obelisco.

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